La Leyenda de la espina

Cada 24 de julio, víspera de la festividad del apóstol Santiago, la ciudad de Lleida revive la tradicional Romería de los Fanalets de Sant Jaume, sin duda una de las fiestas de carácter popular y religioso de mayor arraigo entre los leridanos. La fiesta tiene su fundamento en una antigua leyenda, que ha sido enviada oralmente de generación en generación, de padres a hijos, evocadora del nacimiento del cristianismo en las tierras de poniente.

Según la narración legendaria, que los leridanos conocen desde pequeños y han hecho suya a lo largo de los años y de los siglos, el apóstol Santiago peregrinaba por tierras de España para dar a conocer el Evangelio de Jesucristo. La popular narración dice que el santo llevaba por vestido una túnica basta, toda rellena de conchas y un gorro, en la mano un bastón que le ayudaba a hacer suyo el camino, que hacía por las calzadas que habían trazado los romanos por el tráfico de las legiones del Imperio. La leyenda continúa su narración describiendo que ya era noche entrada cuando el apóstol llegó a Lleida. Iba cansado y hambriento, habría querido acogerse dentro de un hostal que él, de lejos había visto en la vertiente de la colina que servía de cimiento en la ciudad, por eso seguía haciendo vía.

De repente se detuvo ante un cruce de caminos, la calzada tiraba de pie, río Segre arriba, por donde hoy pasa la calle Major de los leridanos, pero era atravesada por otro camino que subía a la ciudad, al mismo tiempo que también bajaba hacia el río. El apóstol dudó un poco, gira la mirada por todas partes, buscando a través de las tinieblas un alma compasiva que quisiera orientarlo.

Todo era silencio, todo era oscuridad... No pasaba nadie y decidió continuar por la calzada.
Santiago empezó a caminar a tientas, como si con las manos quisiera sustituir los ojos. Y, a pesar de la cuenta que paraba, aplastó un zarzal y se le clavó un pincho en el pie y ya no pudo andar más.

Se sentó en el suelo, en medio del cruce. ¡Oh, qué dolor sentía!. El pincho había penetrado adentro, muy adentro y atormentaba su cuerpo cansado por la fatiga. El Apóstol intentó inútilmente arrancar su espina. Y como sufría tanto, empezó a exhalar gemidos profundos. Tanto y tantos hizo, que la leyenda explica cómo éstos llegaron a oídos de los ángeles del cielo que bajaron luz, con “farolillos” para que Santiago pudiera quitarse el pincho y continuar de esta guisa su camino apostólico. Otra versión de la narración legendaria dice que los auxiliadores del apóstol fueron los propios vecinos, muy singularmente los niños de la ciudad que salieron con luminarias a auxiliar al peregrino.

Fuente:
Web de la Agrupación Ilerdenca de Belenistas